mayo 19, 2025

Nació en Fuente Vaqueros, Granada, España, el 5 de junio de 1898; murió cerca de Granada, el 19 de agosto de 1936. García Lorca es el más apreciado y venerado poeta y dramaturgo de España. Su asesinato por los Nacionalistas en el comienzo de la Guerra Civil española le trajo una súbita fama internacional, acompañada por un exceso de retórica política que llevó a una generación, más tarde, a cuestionar sus méritos; después de la depresión inevitable, su reputación se ha recuperado. Él debe ponerse entre paréntesis ahora con Machado como uno de los dos más grandes poetas que España ha producido este siglo, y él es ciertamente el más grande dramaturgo de España desde la Edad Dorada.

Comienza sus estudios (Derecho, Filosofía y Letras) en 1914 en la Universidad de Granada. Con su profesor Domínguez Berrueta recorre España y se familiariza con sus tesoros culturales. Entre los años 1919 y 1928 vive en la Residencia de Estudiantes, en Madrid, dónde conocerá al gran poeta Juan Ramón Jiménez, al cineasta Luis Buñuel, al poeta Rafael Alberti y al estupendo pintor surrealista Salvador Dalí.

Como poeta, empezó con un libro finísimo («Canciones», 1927) con la más bella estilización de los motivos de Granada, en que el agua como un sortilegio de poesía es un motivo predominante («Se me han caído los ojos – dentro del agua», «El manantial besa el viento sin tocarlo»); pero su reputación tomó un mayor renombre con el «Romancero gitano» (Madrid, 1928), cuya popularidad y ediciones fraudulentas son inconmensurables. Con la forma tradicional española del romance que llega a recrearse maravillosamente, con los motivos populares estilizados de los gitanos con sus reyertas, supersticiones y expresiones y con una serie de imágenes tan originales como sugeridoras, el gran artista nos dejó una obra que es capaz de superar la espléndida floración del romance aun pensando que pasó por Górgora nuestro romancero; también los poemas de «Poemas del Canto Jondo» (Madrid, 1931), y «Llanto por Ignacio Sanchez Mejias» (Madrid, 1935), todos profundamente andaluces, ricamente obscuros en su humor e imaginación, inquietantes en su proyección de un mundo parte-primitivo, parte-privado de mitos que se mueven en la oscuridad y entre fuerzas precisamente desconocidas; pero, bajo los adornos del flamenco, hay una más profunda -quizás personal- angustia, así como un sentido rítmico y lingüístico extraordinario. Poemas surrealistas disonantes de «Poeta en Nueva York» (Ciudad de México, 1940), Casidas arabescas y Gacelas de «Diván del Tamarit» (NY, 1940).

Como dramaturgo, tenemos trozos románticos tempranos con las implicaciones sociales como «Mariana Pineda» (Madrid, 1928) y la invención cómica de «La zapatera prodigiosa» (realizada en 1930 y luego ampliada en 1935) que lo estableció en el ojo del público, mientras que su mantenimiento del teatro popular le dio una reputación izquierdista que contribuyó a su muerte (aunque su homosexualidad también lo convirtió en blanco). Su reputación como dramaturgo descansa, sin embargo, principalmente en las tres tragedias populares: «Bodas de sangre» (Madrid, 1935), «Yerma» (Buenos Aires, 1937) y «La casa de Bernarda Alba» (Buenos Aires, 1940).

Por su parte, «Bodas de sangre», cuyo intenso lirismo no debilita sino que destaca más su vigorosa fuerza dramática. En unas composiciones escénicas obsesionantes (habitaciones pintadas de amarillo, blancos grises, azules fríos, chumberas, panoramas de mesetas color barquillo), en un escueto granadinismo de vientos de tierras secas alpujarreñas y en unos personajes de una gran sobriedad de expresiones, se desarrolla una tragedia que se presiente desde el primer momento y a la que antecedentes terribles dan carácter de inevitable fatalidad. Los personajes tienen cierta impersonalidad (La Novia, La Suegra, etc.), y no faltan algunos abstractos (La Muerte como mendiga y la Luna como leñador joven con la cara blanca). El gran personaje de esta obra es La Madre, que había perdido por la violencia al marido y a un hijo y que presiente que perderá al que le queda el mismo día de su boda. Al final se encontrará pobre, entre sus vecinas que lloran: «¡Tan pobre! ¡Una mujer que no tiene un hijo siquiera que llevarse a los labios!», porque el hijo muerto de la manera que el padre y el hermano «¡es ya una voz oscura detrás de los montes!». Lorca recuerda a Lope de Vega en las composiciones líricas de circunstancias, que intercala en sus escenas como canciones de cuna («Nana, niño, nana», «Duérmerte clavel») o de bodas («Despierte la novia, la mañana de la boda»), o aquel triste romance de la Luna en el bosque («Cisne redondo en el río – ojo de las catedrales»). El lirismo de esta obra trascendental se acentúa en «Yerma», donde el tema del honor se mezcla al ansia de tener hijos de la protagonista, cuyo paso por la escena es una agónica marcha hacia su realización.

«La casa de Bernarda Alba» cuyas escenas revocan al «Romancero gitano», con sus fuerzas oscuras desconocidas (asociando la tierra, la sangre, el sexo, el agua, la fertilidad y la infertilidad, la muerte, y la luna) qué parece manipular los caracteres en «Bodas de sangre» y «Yerma». Ambas obras son ricamente poéticas, casi como un ritual primitivo (Lorca era muy supersticioso, y sus fuerzas oscuras no eran tácticas dramáticas solamente). «La casa de Bernarda Alba» es más severa: deliberadamente prosaica, más prontamente interpretable como la crítica social (es decir de las presiones de convencionales, el efecto encarcelado de lamentar las costumbres, la frustración de la sexualidad femenina por la necesidad de esperar por un hombre aceptable), pero se domina así por un título característico -quién la tiraniza cinco hijas- que surge como el estudio de un único individuo en lugar de una mujer típica. Cada tragedia tiene un papel femenino excelente.

La experimentación técnica de Lorca (qué tiene las afinidades con los innovadores tan disímil como Pirandello y Brecht) era inmensamente versátil, y él tenía un sentido extraordinario para los efectos de cada escena con el fin de reforzar el tejido de su recurrente imaginación. Federico G. Lorca -como Rubén en poesía- hizo un teatro muy antiguo (temas de fatalismo griego con acre sabor de la Andalucía trágica, técnica de los dramaturgos españoles del siglo XVII) y muy moderno ya que se abre en comprensión a decires, maneras y motivos.