
La primera vez que Federico G. Lorca vio a los gitanos, dijo que ellos estaban «acorralados en su pena heraditaria y tañendo tambores de bronce». Vivían -explicó- en un mundo de ensueños, de extraño y contenido pesar. Pero también en un mundo tremendamente vital, de pasiones fuertes, embrujado por el paisaje fascinante del Albaicín granadino. Lorca aprehendió las más remotas claves de ese universo contradictorio, rico, intenso, y las reflejó con avasallante potencia en «Romancero Gitano», uno de los libros más importantes y hermosos jamás escrito.
Toda la tremenda sensibilidad de Lorca, todo su agudo talento, están en ese libro. Y también están su exquisitez estilística, la pureza de su lenguaje sencillo y claro, su poderosa comunicatividad.
Pero «Romancero Gitano» no es sólo color, belleza, brillo. Es también escencia, contenido. La profundidad temática y el hondo enraizamiento en la realidad palpitante y cercana -constantes de la creación de Lorca- recorren cada uno de sus versos y otorgan al conjunto una excelencia impar. «Romancero Gitano» es una de las más perfectas creaciones de un poeta que revolucionó la lírica española. Afiliado a las tendencias vanguardistas de su época, Lorca creó nuevas formas de decir, renovadas maneras de transmitir poéticamente los tamas eternos del hombre. Para eso rescató las vivencias cotidianas, abrevó en las fuentes mismas del arte popular tradicional y las exaltó hacia un lirismo casi mágico, pletórico de sugerencias, estructurado sobre un andamiaje literario incomparablemente bello.
Observador atento e inteligente, conocedor profundo de la fibra y el sentir de los hombres y las mujeres de su España, Lorca hizo a su modo, como al suyo lo hizo Miguel Hernández, un arte testimonial. «Romancero Gitano», escrito cuando Lorca alcanzaba se plena madurez creativa, respira verdad por todos los poros. El refinamiento estilístico -laboriosamente reflejado por un lenguaje espontáneo y fácil-, el destello de las imágenes perfectas, el ancho vuelo de la imaginación, son, apenas, instrumentos de los que se vale Lorca para transmitir esa verdad.
La fulguración misma de la vida subordina en «Romancero Gitano» la mera búsqueda estética. No hay devaneos formales, fuegos de artificio, belleza por la belleza misma. «Romancero Gitano» dramatiza poéticamente la forma de vivir, las penas, las alegrías y las esperanzas de hombres y mujeres de carne y hueso, sobre quienes Lorca tiene mucho que decir y lo dice.
Ese extremo define una línea creativa que desde sus comienzos buscó y logró encontrar su fuente en la aventura humana de la gente sencilla, a la que Lorca cantó con ternura desbordante. Una ternura promovida por una actitud y una posición que él definió claramente en 1934, en una entrevista que consedió al diario madrileño «El Sol»:
«Yo siempre soy y seré partidario de los pobres -dijo-. En el mundo ya no luchan fuerzas humanas, sino telúricas. A mi me ponen en una balanza el resultado de esta lucha: aquí tu dolor y tu sacrificio, aquí la justicia para todos, aún con la angustia del tránsito hacia el futuro que ya se presiente pero se desconoce, y descargo el puño con fuerza en este platillo.»
«Poemas del Cante Jondo», «Poeta en Nueva York», «Bodas de sangre», «Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías», «Yerma», son, entre otros, títulos donde Lorca manifestó, como en «Romancero Gitano», esa actitud que como poeta lo transformó en un artista popular y que lo ubicó como hombre en la lucha contra el franquismo, que lo asesinó una madrugada triste, en su querida Granada. Escrito entre 1924 y 1928 «Romancero Gitano» marcó decisivamente esa posición, consolidó las pautas fundamentales de la creación de Lorca y llevó a buscar en las aldeas y en los pueblos, en los campesinos y en la gente más humilde y sufrida, la savia que nutrió toda su obra.
Hay también en «Romancero Gitano» abrumadoras muestras de la capacidad de Lorca para describir con presición y belleza:
«Un bello niño junco
anchos hombros, fino talle
piel de nocturna manzana
boca triste y ojos grandes»;
«Coches cerrados
llegaban a las orillas de juncos
donde las ondas alisan
romanos torsos desnudos»;
«Una dura luz de naipe
recorta en el agrio verde
caballos enfurecidos
y perfiles de jinetes.»
Y un maravilloso, sutil talento para sugerir:
«Mi soledad sin descanso
ojos chicos de mi cuerpo
y grandes de mi caballo
no se cierran por la noche
ni miran al otro lado.»
Y brillante oficio para expresar un muy pocas palabras una realidad galopante:
«En el portal de Belén
los gitanos se congregan
San José, lleno de heridas
amortaja a una doncella
tercos fusiles agudos
por toda la noche suenan
Oh, ciudad de los gitanos
la guardia civil se aleja
por un túnel de silencio
mientras las llamas te cercan.»
Y acabada economía de recursos para contar poéticamente:
«El veinticinco de junio
abrió sus ojos Amargos
y el veinticinco de agosto
se tendió para cerrarlos.»
En 1955 lo más importantes críticos literarios de Italia colocaron a «Romancero Gitano» entre las veinte grandes obras literarias que la Humanidad debería salvar si se registrara un nuevo diluvio universal. Tal reconocimiento -que los críticos italianos extendieron a obras de autores como Pirandello, Joyce, Apollinaire, Elliot y Valéry- no fue el único ni el último acordado a este libro: «Romancero Gitano» es considerado unánimemente como una de las piezas literarias más importantes de todos los tiempos.
Lorca, quien a partir de la publicación de «Romancero Gitano» derivó hacia una poesía más universal pero siempre hondamente consustancia con las cosas y la gente de su tierra, hizo el mejor elogio de este libro, que marcó el inicio de una corriente de renovación junto a la producción de autores como Salinas, Aleixandre, Alberti, Larrea, y el propio Hernández: «Es -dijo- un conjunto de poemas sobre hombres y mujeres hechos de sangre ardorosa y de sueños fantásticos; hechos de barro y de cielo. Un libro sobre la vida.»
Quién mejor para hablar de la persona de Federico G. Lorca que alguien que realmente lo conoció, que realmente supo quién fue este genial personaje. Es por eso que los dejo con unos fragmentos del prólogo del libro «Obras completas», Federico García Lorca, Tomo 1, escrito por Jorge Guillén.
Ahí, ahí está -es y está-, muy visible en su medio, Federico García Lorca. Su país no puede pedirle más. Como juego y creación se identifican tanto en este poeta, sin cesar trabaja divirtiéndose, sin cesar se divierte creando. Sus aficiones -a la pintura, a la música, al espectáculo- nacen penetradas por el mismo impulso poético. Federico dibuja, siguiendo alguno de los estilos contemporáneos, irrealidades, Pintura de F. G. L.fantasmas. ¿Le influye el superrealismo? Salvador Dalí convive íntimamente con Federico en la Residencia de los Estudiantes. También anda con ellos Luis Bruñuel, futuro adalid del cinematógrafo. Acorde con aquel ambiente, el poeta perfila sus dibujos a pluma o a lápiz -o lápices de colores- como un aficionado modesto, aunque junte algunos en una exposición «oberta a les galeries Dalmau, del 25 de juny al 2 de julio de 1927», en Barcelona, entonces más favorable al arte moderno que Madrid. (El anuncio contiene una lista de 24 composiciones, entre las que un «Claro de luna» contrasta con un «Claro de circo» y «Una gota de agua» con un «Teorema de la copa y la mandolina».) En general el dibujo mantiene como ornamento al margen. Así una carta de Año Nuevo -1927- terminaba: «He procurado animar la carta con dibujos. » Y lo consiguió. Eran, son preciosas aquellas ilustraciones: frutas, copas, un atril con papel de música y un clarinete, fuente y surtidor junto a un payaso, dos ramos y sus limones… Este alcance plástico manifiesta, sobre todo, en la obra lírica y dramática. Hasta los sueños se determinan con precisión:
Pronto se vio que la luna
era una calavera de caballo
y el aire una manzana oscura.
en la «Ruina» de Nueva York.
Más influyente que la pintura fue la música. Todos sabemos que en Federico resaltaba un gran temperamento de músico, acrecentado por la vigilia estudiosa. Habría podido ser compositor si se lo hubiese propuesto. Se contentó con ser de verdad un apasionado competente. En música fue tal vez donde el gusto de Federico se refinó con más pureza. De su piano surgían la interpretación fiel o estupendas imitaciones que implicaban conocimiento y crítica. A petición de alguno, que proponía un nombre, tocaba trozos no recordados, sino inventados, con el inconfundible estilo del modelo. ¡Qué inteligencia y qué gracia Partitura de la obra musical para «Bodas de sangre».una vez más! El Lorca músico se sitúa así, bromeando y estudiando, entre don Manuel de Falla, su dios más vencido, y Adolfo Salazar, de quien el poeta siempre, siempre hablaba con admiración. A Falla le enamoraba también la música popular, que tanto había de asociarse a la producción de lírico y del dramaturgo. (Su folklorismo, a pesar de todo, fue más bien recibido «folklorquismo», según la fórmula de Sender, otro Ramón…) Dice Federico de Onís, experto en esta materia: «Las armonizaciones con que acompañaba sus canciones eran suyas» y muy felices, «porque acertaban a descubrir la armonía y el ritmo implícitos en la canción». Rafael Alberti, evocando el Pleyel de la Residencia de Estudiante, resucita aquellas «¡tardes y noches de primavera o comienzos del estío pasados alrededor de un teclado, oyéndole subir su río profundo toda la millonaria riqueza oculta, toda la voz diversa, honda, triste, ágil y alegre de España!»
-¿De qué lugar es esto? A ver si alguien lo sabe -preguntaba Federico, cantándolo y acompanándose-:
Los mozos de Monleón
se fueron a arar temprano
-¡ay, ay!-,
se fueron a arar temprano.
-Eso se canta en la región de Salamanca -respondía, apenas iniciado el trágico romance de capea, cualquiera de los que escuchábamos.
-Sí, señor, muy bien -asentía Federico, entre serio y burlesco, añadiendo al instante con un canturreo:
-Y lo recogió en su cancionero el presbítero don Dámaso Ledesma.
La cultura se aliaba, pues, al entusiasmo. Total: una delicia.