
-Por Homero Campo-
Aquí disfrutó la fama que le precedía: dictó conferencias y animó tertulias, alternó los círculos intelectuales y aristócratas con las cuarterías y los bares de mala muerte; gozó lo mismo las interminables charlas con viejos y nuevos amigos que el baile frenético de los bembés de negros a donde escapaba algunas noches; se abrió a la amistad isleña y a los romances; y -animado por el genio de su creación- compuso música, escribió poesía, hizo teatro.
Fue en esta isla donde corrigió la última versión de la Zapatera prodigiosa, compuso el Son de Santiago de Cuba, terminó la obra El público y trabajó Así que pasen cinco años. Más aún, proyecto escribir a cuatro manos con el escritos guatemalteco Luis Cardoza y Aragón el Génesis para Music Hall.
En el cementerio del nacimiento de Federico García Lorca -celebrado en España y diversas partes del mundo-, el libro Pasaje a La Habana recrea las danzas en la isla del célebre poeta andaluz.
El libro es una investigación de varios años del periodista cubano Ciro Bianchi Ross quien recoge, datos, hechos y testimonios -algunos inéditos- de personajes que convivieron en la isla con una de los más grandes poetas de la lengua española.
García Lorca salió de España en 1929 en medio de una crisis emocional, según comentó en una carta a su amigo Jorge Guillén. Había roto su relación amorosa con el escultor Aladrén Perojo, quien comenzaba a anda con Eleanora Dove, una muchacha inglesa con la que se casó en 1931. Además, se había distanciado de su amigo íntimo Salvador Dalí, y no tardó en sospechar que éste y Luis Buñuel lo satirizaron en la cinta Un perro andaluz.
El poeta llega a Nueva York el 25 de junio de 1929. Pero ocho meses esta ciudad «llega a convertírsele en una cárcel y vuelven a apoderarse de él los mismos deseos de huir… Pensaba en un inminente regreso a su tierra cuando Fernando Ortiz, el ilustre polígrafo cubano, entonces en Nueva York, lo invitó a visitar la isla a nombre de la Institución Hispanocubana de Cultura».
La visión de la isla lo deslumbró. Sus primeras impresiones son elocuentes: «¿Pero qué es esto?. ¿Otra vez España?. ¿Otra vez la Andalucía mundial? Es el amarillo de Cádiz con un grado más, el rosa de Sevilla tirando a carmín y el verde de Granada con una leve fosforescencia de pez… La Habana surge entre cañaverales y ruidos de maracas, cometas divinas y marimbos… Y surgen los negros con los ritmos que yo descubro típicos del gran pueblo andaluz, negritos sin drama que ponen los ojos en blanco y dice ‘nosotros somos latinos'».
En 1933, en una entrevista que concedió en Buenos Aires, recordó: «De Nueva York me fui a La Habana… ¡Qué maravilloso! Cuando me encontré frente al Morro, sentí una gran emoción y una alegría tan grande que tiré los guantes y la gabardina al suelo…».
García Lorca llegó a La Habana el viernes 7 de marzo de 1930. Una fotografía de la época lo muestra en el muelle fuerte, moreno, la cara llena y salpicada de lunares, cejas espesas y alborotadas.
Se alojó en el hotel La Unión, situado en la calle Cuba número 55, esquina Amargura. Sin ser de lujo, es lo que en esa época se llamaba un hotel «decente». Pasaba muy poco tiempo en él. En incansable poeta recorría la ciudad durante casi todo el día y la noche.
¿Cómo fue un día típico de García Lorca en Cuba?
Ciro Bianchi describe: «… tan pronto sale de la cama a eso de las once, procura comunicarse con su amigo, el musicólogo Adolfo Salazar, pretextando siempre motivos de suma urgencia. Como la telefonista del hotel es norteamericana y dura de entendederas para el castellano, Federico se las ingeniaba para sacarla de sus casillas dándole los nombres más desconcertantes.
-Dígale que es de parte del señor Opsilio… -dice un día.
Como la muchacha se queda en la luna de Valencia, el poeta insiste en deletreárselo.
-O, de onomatopeya; p, de panormita; l, ludribrio…
La telefonista corta de golpe.
-Señor Salazar, es de parte de ese hombre tan raro que llama todas las mañanas.
Tras el desayuno, el poeta se dirige a la calle Concordia 64-A, esquina Lealtad, para almorzar con el matrimonio compuesto por Antonio Quevedo y María Muñoz, él era director de la revista Musicalia y ella era directora del Conservatorio Bach y de la Coral de La Habana.
– II –
Sobre las tres de la tarde se despide de ellos y pasa a la aristocrática residencia de la familia Loynaz, en el Vedado. Allí lo esperaban con una botella de whisky y agua de sifón. Lee, toca el piano, escribe, da a conocer páginas inéditas a los nuevos amigos y, después de la cena, se va a pasear por La Habana con Flor y Carlos Manuel Loynaz, quienes lo retiren hasta muy entrada la noche o hasta la mañana siguiente.
Flor Loynaz dijo a Ciro Bianchi: «Nos deteníamos en algún café, el Templete, la Bengochea, el Floridita, y allí, mientras nosotros pedíamos ron o cerveza, el poeta mantenía aferrado a su whisky con soda y a una poca mortadela… A mi me molestaba verlo coger aquello con las manos y luego, con los dedos llenos de grasa, buscarse en los bolsillos, entre numerosos papeles, algún poema o fragmento de El público que escribía en aquellos días».
A veces acude a tertulias con intelectuales cubanos, pero algunos de éstos son tan efusivos y absorbentes que Federico siente que le «estrujan las entrañas». Por eso, en ocasiones, rehuye las invitaciones «y me voy solo por La Habana hablando con la gente y viendo la vida de la ciudad».
El poeta aparece lo mismo en una casa de vecindad donde una «negraza inmensa y bondadosa» le ofrece una tasa de café -«que bebí rodeado por toda la negrería»-, que en Lyceum Club donde «las damas distinguidas de La Habana» lo agasajan con té.
Según recordó Juan Marinello, García Lorca vivió en Cuba «días sedientos y desbordados». Se sabe que frecuentaba funciones para «hombres solos» de Teatro Alhambra. Presentaban obras satírico-políticas al estilo de las carpas mexicanas. Allí se crearon algunos personajes antológicos de la picaresca cubana: el gallego, el negrito, la mulata, el policía, el maricón. A veces era acompañado por Cardoza y Aragón y por Adolfo Salazar. Este último recordó que García Lorca era de la opinión que el Alhambra era una supervivencia del teatro Dell’arte. Allí -precisó Salazar- Federico sugería a los cómicos «elementos de relajo» y les comentaba el argumento de su obra El público.
Algunas de sus excursiones nocturnas lo llevaban al Cursal, un bar de los muelles son ínfulas de cabaré, carentes de mesas, pero dotado de una gran barra de madera dura junto a la cual sus parroquianos -marineros, trabajadores portuarios, prostitutas, proxenetas, «gente de vida equívoca y atolondrada»- bebían a pie la cerveza o un trago largo de ron.
Pero su sitio preferido en las noches eran las llamadas Fritas de Marianao. Una hilera de cabaretuchos ya desaparecidos y que debían el nombre por los numerosos expendios de frituras emplazados en la acera. Allí tenía a un grupo selecto de amigos, hombres y mujeres negras que sentían el son mejor que nadie y se movían diabólicamente al ritmo frenético de una rumba.
«Esta isla tiene más belleza femenina de tipo original, debido a las gotas de sangre negra que llevan todos los cubanos. Y cuanto más negro, mejor. La mulata es la mujer superior aquí en belleza y en distinción y en delicadeza», escribió García Lorca a sus padres desde La Habana.
Salazar recordó después que «Federico se enamoró en Cuba de cierta mulata que de día posaba en un estudio de pintura y de noche regentaba una casa de comidas de segunda categoría. Se desconoce el nombre; nada se sabe de las peripecias de esos amores, platónicos o aristotélicos».
Lorca también viajó por el interior de la isla: fue a Cienfuegos, a Caimito (donde anunció su propósito de «permanecer en ese lugar toda la vida»), a Matanzas, a Caibarien (donde en carta a sus padres aseguró que participó en una cacería de cocodrilos), y a Santiago de Cuba (viaje que, al parecer, hizo de manera discreta y sin compañía de sus amigos habaneras).
– III –
«El Lorca que escribe a sus padres de Cuba es un hombre liberado. Un escritor que vuelve a confiar en sí mismo y se sabe dueño de su destino. La crisis sentimental de 1928-1929 está superada», apunta Bianchi Ross. Ello es elocuente en una de las cartas a sus padres: «Esta isla es un paraíso… Si yo me pierdo, que me busquen en Andalucía o en Cuba».
Las conferencias de García Lorca que ofreció en el Teatro Principal de la Comedia fueron a sala llena y profusamente comentadas por los diarios de la época.
Desde la primera rompió el protocolo al presentarse sin traje y con suéteres de franjas, y en una dedicada a las «nanas españolas» no sólo disertó sino que tocó el piano y cantó.
Cardoza y Aragón recuerda su «suave morfología feminoide» y sus caderas «algo pronunciadas» en el escenario. «Su homosexualidad era patente, sin que sus ademanes fuesen afeminados; no se le caía la mano», añadió.
Muchos fueron sus amigos, cientos sus conocidos, y miles sus admiradores en la isla. De entre todos destacaron: el ensayista José María Chacón y Calvo, con quien mantenía estrecha amistad desde 1922; el periodista Rafael Suárez Solís, a quien el poeta dedicaría aquí un ejemplar del Romancero Gitano; los esposos Antonio Quevedo y María Muñiz; el poeta Luis Cardoza y Aragón, quien en esa época era flamante cónsul de Guatemala en Cuba; el compositor ruso Sergio Prokofiev; el pintor español Gabriel García Maroto; el musicólogo cubano Adolfo Salazar, y el poeta colombiano Porfirio Barba Jacob, quien alardeó y pregonó de una relación amorosa entre él y Federico durante la estancia de ambos en La Habana.
«Todos los ojos verdes, ya de hombre, ya de mujer, me perturbaban, me hacen temblar», confesó Barba Jacob un día en referencia a Lorca.
Mención aparte merecen los hermanos Loynaz del Castillos. Lorca conoció la poesía de Enrique Loynaz, publicada en España. El poeta andaluz se presentó solo a la residencia de El Vedado. Preguntó por Enrique. Pero éste, que también era abogado, esperaba a un cliente de apellido Pestonit para un contrato. Cuando lo anunciaron, le presentó el documento y le pidió firmarlo. Desenfadado, Lorca estampó su firma. Cuando a su vez Enrique se dispuso a hacer lo mismo se sorprendió al leer Federico García Lorca. Con bastante mal humor le preguntó:
-¿Usted no es Pestonit?
-Yo soy Federico.
-Pues ha echado a perder mi trabajo, dijo Enrique casi colérico.
A pesar de este primer encuentro, García Lorca fue bien acogido por la familia Loynaz. Dulce María -Premio Cervantes de Literatura en 1992- recordaría que García Lorca estuvo más cerca de sus hermanos Flor y Carlos Manuel. «Tal vez el hecho de que no intimáramos obedeció a su valoración de mi poesía. Federico me dijo en una oportunidad que la obra de cualquier de mis hermanos merecía ser más conocida que la mía, y, reparando en un poema que escribí como una broma, expresó que constituía lo más valioso de mi que hacer poético…»
Animado por el deslumbramiento de esta isla, García Lorca escribió aquí El Son de Santiago de Cuba. Luego, en la casa de Vedado de los Loynaz, terminó de corregir la última versión de La Zapatera prodigiosa y trabajó en Así que pasen cinco años. Luego, en hojas del Hotel Unión donde se hospedaba, terminó de escribir la versión original de El público, cuyos primeros borradores inició en Nueva York.
Posteriormente, empezó a escribir a cuatro manos con Cardoza y Aragón una obra que no se llegó a terminar: El Génesis para music-hall. Cardoza y Aragón contó a Ciro Bianchi: «Aquel texto me parecía cada vez más deficiente y profano y, por supuesto, de muy mal gusto».
-¿Recuerda datalles de la pieza?
-Vagamente. Nos burlábamos con las dos manos sobre todo de la historia del Arca de Noé. Ese era el hilo central de la obra que se abría, recuerdo, con la imagen del Padre Eterno representado por un niñito chaplinesco que engendraba al mundo en comunión con el diablo.
Antes de partir de Cuba, García Lorca quiso, al parecer, viajar a México. El dibujante cubano Pérez Morales comentó sus planes: iría a México desde la Habana, y volvería a Cuba en enero (en 1931). «Como se sabe, el proyectado viaje no se efectuó entonces, por razones que se desconocen, ni en 1936 (cuando expresó su desde España) porque lo fustró su asesinato».
Lorca partió de La Habana el 12 de junio de 1930. Los testimonios sobre sus últimas horas en la isla son un tanto contradictorios. Después de asistir a una cena de despedida organizada por la
Revista de Avance, Tallet aseguró que Federico y el poeta colombiano Barba Jacob se marcharon y permanecieron juntos hasta la mañana siguiente. Afirmó que Barba Jacob le dijo después que esa noche «Lorca me entregó su alma».
Antonio Quevedo insinuó que Lorca y el periodista Adolfo Salazar pasaron sus últimas horas en Cuba en compañía suya y de su esposa. Conversaron diversos temas eludiendo siempre la inminencia de la partida hasta que después del almuerzo el poeta se puso de pie y expresó: «Hago falta en España».
Flor Loynaz contó que ese día almorzó con Lorca y Salazar en el restaurante situado en los bajos del hotel donde Federico se alojaba. Permanecieron alrededor de la mesa casi hasta el momento en que el barco debía zarpar y sólo cuando Salazar advirtió el riesgo de perderlo.